El 9 de septiembre, los Tigres jugarán una serie a tres partidos contra los Guardians, que sería lo indicado para marcar el punto final de una larga campaña.
El toletero venezolano Miguel Cabrera esta a punto de culminar una carrera digna del Salón de la Fama, seguirá buscando su ritmo hasta que llegue ese turno final para retirarse de las grandes ligas.
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El pasado 2 de septiembre, Miguel Cabrera tuvo su mejor juego de pelota en casi dos años. En la parte alta del primer inning, ligó doblete y superó a George Brett para ocupar el puesto 17 en la lista histórica de hits conectados. Después, Cabrera soltó sendos sencillos en la cuarta, sexta y octava entradas. El último imparable fue un batazo por todo el medio. La pelota rebotó desde el home plate y pasó por encima de la lomita del pitcher en dirección al segunda base de los White Sox Lenyn Sosa. Cabrera trotó, creyendo que sería out. Su juego nunca tuvo que ver con correr para convertir un batazo lento en infield hit.
Incluso de niño, Cabrera no era veloz. Cuando tenía 17 años, empezaba a aprender inglés y jugaba con los Marlins de la Florida Complex League, un informe de scouting de su entonces manager Kevin Boles indicó que la única deficiencia en el juego de Cabrera era la velocidad de sus pies. «Tiene la posibilidad de ser un gran pelotero», apuntó Boles en su informe de evaluación de talentos. «Podría madurar hasta convertirse en gran fuerza ofensiva«.
Mientras Cabrera trotaba en esta noche de septiembre, 23 años después, la pelota pasó por encima de Sosa y el infield. Cabrera aumentó su velocidad y llegó quieto a primera. Cabrera se detuvo y la multitud (tanto aficionados de los Tigers como de los White Sox) aplaudió y le alentó.
Cabrera, uno de los más grandes de todos los tiempos y que ahora está relegado a un rol como pelotero a medio tiempo, se murmuró algo a sí mismo, erguido sobre la primera base, respirando por la boca en este partido que, de resto, era digno de olvidar, disputado entre dos equipos sin aspiraciones de clasificar a los playoffs. Quizás era un agradecimiento.
Miró hacia el dugout de visitantes del Guaranteed Rate Field y abandonó la inicial, para ser sustituido por un corredor emergente. Y así, como si nada, ese momento había terminado. Era la ocasión número 49 de su carrera en la que conectaba cuatro indiscutibles en un mismo juego, y podría ser su último verdadero momento de grandeza dentro de un campo de béisbol.
«Les digo: Cabrera fue uno de esos chicos«, ahora indica Boles sobre este futuro miembro del Salón de la Fama y del cual fue manager. «No importaba quién trabajara con él, nadie podía arruinarlo. No importaba si alguien hablaba con él, sería una estrella. Así era de especial«.
Después de ese partido a principios de septiembre, Cabrera pasaría cuatro días sin jugar. Si llegó a encontrar algo de ritmo en aquella noche de Chicago, se perdería mientras se sentó a ver cómo los Tigers jugaban sin él. Pero en aquella noche, aunque solo fuera aquella noche, su swing estaba presente. Excepto por unos kilos de más y algunas arrugas sobre su cara, parecía mostrar su versión más joven.