Pocos productos pueden presumir una historia tan curiosa y longeva como el ungüento Zepol, ese bálsamo que ha acompañado a generaciones en Nicaragua y más allá. Lo que hoy es un clásico de botiquín, nació de un giro inesperado en el viaje de un joven soñador.
Zepol fue creado por Luis Alejandro López, un limonense que creció entre las bananeras y que, en 1924, con apenas 26 años, decidió embarcarse rumbo a Nueva York en busca del sueño americano. Graduado como farmacéutico, llevaba consigo varias maletas y un tubo metálico de 50 centímetros que contenía su fórmula balsámica.
El barco zarpó sin contratiempos, pero a medio camino sufrió una avería que obligó a detenerse en el puerto más cercano. Ese imprevisto cambió el rumbo de su vida: López decidió quedarse en tierra firme y comenzar desde ahí su emprendimiento. Así nació Zepol, cuyo nombre es simplemente su apellido escrito al revés.
Hoy, Zepol está a punto de cumplir 100 años desde su invención. Su fórmula sigue siendo sinónimo de alivio para dolores musculares, resfriados y malestares comunes. Y aunque su origen fue accidental, su legado es todo menos improvisado.