El Diario Nica

El día que los Yankees conocieron la grandeza de Pedro Martínez

Elaborado por: Alex Ubau

El 10 de septiembre de 1999, en el imponente Yankee Stadium, los “Bombarderos del Bronx” creyeron que sería una noche más en casa. Lo que no sabían es que iban a presenciar una de las actuaciones más dominantes en la historia del béisbol moderno, cortesía de un dominicano flaco, pequeño, pero con el corazón y el brazo más grandes de todos: Pedro Martínez.

Un duelo para la eternidad

Cada vez que Pedro se enfrentaba a los Yankees en Nueva York, la tensión se palpaba en el aire. Aquellos duelos entre los Medias Rojas de Boston y los Yankees eran batallas de orgullo, y esa noche, Pedro no solo quería ganar: quería humillar a los mimados del Bronx.

Los Yankees llegaban como un equipo temible, con figuras como Derek Jeter bateando .359 y un lineup que había castigado a lanzadores legendarios como Randy Johnson, Roger Clemens y Greg Maddux. Pero Pedro no era un lanzador cualquiera.

El arranque tenso

El juego comenzó con un golpe a Chuck Knoblauch. Una señal peligrosa para Boston: Pedro no solía disfrutar con corredores en base. Inmediatamente, Derek Jeter intentó hacer lo suyo, pero se fue ponchado. Uno tras otro, los Yankees empezaron a caer ante el dominio de Martínez, aunque Boston no encontraba cómo producir carreras.

Chili Davis, como bateador designado, conectó un jonrón solitario por el jardín derecho. El Yankee Stadium explotó en júbilo, pensando que Pedro comenzaría a flaquear. Fue un error: aquel cuadrangular solo encendió la furia del lanzador quisqueyano.

El despertar de un monstruo

Pedro reaccionó con una ráfaga de ponches. Cinco bateadores seguidos cayeron sin poder tocarle la pelota con fuerza. La ofensiva de Boston despertó lo justo y necesario, fabricando dos carreras para tomar la delantera. El público neoyorquino, que adoraba abuchearlo, comenzó a sentir una mezcla de tensión y miedo.

El Capitan Jeter, impotente, no encontraba respuestas. Ni las charlas en el dugout ni las estrategias para hacerle lanzar más pitcheos surtían efecto. Pedro parecía tener un plan para cada bateador.

La cacería implacable

Uno de los más afectados fue Ricky Ledée, ponchado tres veces seguidas. Pedro ya superaba los 100 lanzamientos, pero el mánager lo dejó en la lomita. Tenía algo especial entre manos.

En el béisbol, pocos récords pesan tanto como el de más ponches contra los Yankees en un juego. Desde 1904, solo tres lanzadores habían alcanzado la cifra de 16. Pedro, con 12 abanicados y dos innings por jugar, olía a historia.

Silencio en el Bronx

En el noveno inning, el Yankee Stadium estaba callado. Pedro ponchó al primer bateador. Luego, a un emergente por Jorge Posada. Ya había igualado el récord: 16 ponches. Faltaba uno más.

Y el destino quiso que ese último turno fuera contra Knoblauch, el mismo que había recibido el pelotazo al inicio. Con la cuenta en 1-2, Pedro lanzó una recta imposible. Strike cantado. 17 ponches. Récord absoluto contra los Yankees.

Respeto forzado

Los Yankees cayeron 3-1 y, más allá del marcador, se marcharon humillados. Esa noche, Pedro Martínez no solo les ganó: los hizo ver pequeños. Derek Jeter, años después, admitiría que Pedro fue el mejor lanzador que enfrentó en su carrera.

La lección de Pedro

Aquella noche quedó grabada como una demostración de que, con talento, inteligencia y determinación, un hombre puede doblegar a todo un imperio deportivo. Pedro Martínez, desde la lomita del Bronx, les recordó a los Yankees que la grandeza no entiende de camisetas, solo de corazón y coraje.