El caso de ‘Sister Hong’ ha desatado una oleada de comentarios en redes sociales. Detrás de ese apodo se encuentra Jiao, un hombre de 38 años que durante años se hizo pasar por una influencer femenina para mantener relaciones sexuales con al menos 237 hombres.
Jiao se disfrazaba meticulosamente con peluca, maquillaje, filtros digitales y un modificador de voz para asumir una identidad femenina convincente. Bajo esta apariencia, contactaba a sus víctimas y lograba engañarlas para concretar encuentros íntimos y los grababa sin su consentimiento, y luego vendía los videos en plataformas como Telegram, X y Reddit, lucrando con el material íntimo obtenido de forma ilegal. Contactaba a sus víctimas a través de redes sociales, les decía que era una esposa aburrida y pactaba encuentros a cambio de bienes como frutas, leche o electrodomésticos, en lugar de dinero.
Pero las consecuencias del engaño van más allá de la violación de la intimidad. Las autoridades investigan si Jiao es portador de VIH y si mantuvo relaciones sexuales sin protección ni informar a sus parejas. De confirmarse, podría enfrentar penas que van desde los tres años hasta cadena perpetua por poner en riesgo la salud pública.
El caso ha reavivado el debate sobre los delitos sexuales digitales y el uso de tecnología para violar el consentimiento. También ha puesto en alerta sobre los vacíos legales en torno al intercambio de contenido íntimo sin autorización. Muchas de las víctimas ya enfrentan secuelas psicológicas y temor por su reputación, ya que sus rostros eran visibles en los videos difundidos. Algunas incluso han tenido que abandonar sus ciudades por la vergüenza y el acoso online.
Este escándalo pone de manifiesto cómo el anonimato, la tecnología y las redes sociales pueden ser herramientas peligrosas en manos equivocadas. Lo que comenzó como un “juego de roles” terminó en uno de los mayores casos de abuso digital y riesgo sanitario en los últimos años.