En medio del bullicio de los mercados populares, con vendedores que ofrecen desde frutas hasta juguetes artesanales, hay un producto que llama la atención por su sencillez y encanto nostálgico: la espumilla. Este dulce tradicional, elaborado con claras de huevo, azúcar y ocasionalmente decorado con grageas de colores, se ha ganado un lugar en la memoria colectiva de generaciones de nicaragüenses.
A diferencia de sus versiones en otros países latinoamericanos donde se sirve fría como una especie de merengue afrutado en Nicaragua, la espumilla se hornea. Esta técnica le otorga una textura crujiente por fuera y suave en su interior, lo que ha hecho que muchos la comparen con los antiguos turrones caseros. “Las espumillas que hago vienen de la receta de mi abuela, que la aprendió de su madre”, cuenta doña Ángela Mejía, vendedora ambulante en Masaya, mientras acomoda sus bandejas decoradas con papel celofán.
Aunque ha cedido espacio ante dulces más modernos, la espumilla continúa siendo un clásico en ferias patronales, procesiones religiosas y eventos comunitarios. Su bajo costo y los pocos ingredientes necesarios para su elaboración han facilitado su permanencia en la oferta repostera del país. “La gente la busca porque les recuerda su infancia”, señala Jaime Ruiz, organizador de ferias gastronómicas en León. La preparación típica incluye claras de huevo batidas a punto de nieve, azúcar refinada, vainilla, y en algunos casos, jugo de limón para realzar el sabor. Se hornea a baja temperatura durante unos 45 minutos, hasta obtener una consistencia firme. Algunas versiones modernas utilizan moldes decorativos y colorantes naturales para darles un toque más vistoso.
La espumilla ha visto disminuir su presencia en vitrinas de reposterías y supermercados. Sin embargo, proyectos comunitarios y blogs como Sabores que resisten han comenzado a rescatarla como patrimonio culinario nicaragüense. “No podemos dejar que estos sabores se pierdan entre el polvo del olvido”, advierte una publicación reciente. Así, la espumilla no es solo un dulce: es memoria, cultura y resistencia. En cada bocado se saborea el legado de un país que, entre hornos y costumbres, sigue apostando por su identidad.