¿Qué es el juego interior? Es visión, perspectiva, instinto. Todo esto y más sigue puliendo Luka Doncic con los Mavs.
Luka Doncic es el maestro del juego interior. Ahora, cuenta con un Kyrie Irving punzante, eléctrico y extremadamente talentoso, que le permite cargar con el peso del mundo de los Dallas Mavericks cuando el esloveno necesita un respiro.
¿Qué entendemos por juego interior? Es saber absolutamente todo lo que ocurre a su alrededor. Es una visión de 360° de las cosas. No solo saber dónde se ubica cada compañero en la cancha, algo que se evidencia con sus pases imposibles, sino también captar las emociones que los rodean. Cómo durmieron la noche anterior, cuando alguien está asustado, cuándo está encendido, cuándo quieren el balón y cuándo preferirían esconderse en lo más profundo del banco de suplentes.
Doncic lo sabe todo. Las horas de vuelo completan su aprendizaje, pero también posee un reloj interno natural que lo convierte en un maestro del control de los sentidos. Es, en cierto sentido, como un director de teatro ciego: comprende el entorno sin necesidad de verlo, valiéndose de otros sentidos como el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Es como un lanzador de cuchillos con una venda en los ojos, divirtiéndose mientras hace sudar a su asistente atada a la pared.
Observa a los rivales y sabe exactamente lo que está pasando. Sonríe frente a Rudy Gobert porque detecta su frustración constante. No es que el gigante francés no quiera, es que no puede. Doncic tiene un instinto animal que lo acompaña: percibe, además, el miedo que provoca. Es como un león que desfila por los pasillos de la selva. Un jugador termostato: no solo controla la temperatura, la cambia.
En medio de la noche, todos nos hemos despertado alguna vez para buscar un vaso de agua o ir al baño. Aunque la habitación esté a oscuras, logramos movernos sin chocar con nada. Es algo sencillo: conocemos la ubicación de cada mueble, cada objeto, cada puerta. Conocemos nuestra casa como la palma de la mano, simplemente porque hemos vivido ahí durante años. Esa es la familiaridad que hemos desarrollado con el tiempo, nuestro mapa interno.
A Doncic le sucede exactamente lo mismo en una cancha de baloncesto. Ese es su terreno de juego. Su conocimiento interno es excepcional porque lo lleva a cabo con elementos en movimiento, en este caso, jugadores de baloncesto: compañeros y rivales. Lo hace incluso con el ruido constante del público, que a veces puede ser ensordecedor. Sabe cuándo hablar, cuándo gritar, cuándo celebrar y ahora también ha aprendido cuándo quejarse. Se mueve con soltura en un universo de luces, pero bien podría hacerlo con los ojos cerrados, en la penumbra. «Solo ves con los ojos. Es fácil engañarte», como le dice el Sr. Miyagi a Daniel-San en Karate Kid.
Doncic es como John Nash con las matemáticas: ve cosas que nosotros no vemos, dos segundos antes que el resto. Se preocupa por eventos que ocurrirán minutos después, como aquel que logra anticipar una tormenta tropical. Sonríe ante las hipótesis de los partidos antes de que evolucionen en conclusiones.
Y además, lo hace todo con una elegancia en su ejecución que permite llevar a cabo cada acción a velocidad de crucero. Los méritos que acumula Doncic no son simplemente pragmatismo, no se limitan a correr y tirar para acelerar el ritmo. Cada jugada lleva consigo una instrucción, formando un dibujo que se va completando al unir los puntos.
Doncic, y antes Nikola Jokic, han sido un rescate oportuno para la NBA. Con un estilo forjado en la escuela balcánica y una importante dosis del «cómo» en lugar del simple «qué«, utilizaron la línea de tres puntos sin depender exclusivamente de ella. Devolvieron al triple su verdadero propósito: un medio para un fin, no un fin en sí mismo.
Provenientes de otro mundo, con otro idioma, han llevado la bandera de un baloncesto que realmente entusiasma a la gente.
En cada jugada, en cada partido, en cada serie, nos han mostrado la clave de un tesoro que, equivocadamente, creímos que ya no tenía lugar en este mundo de vértigo extremo y ansiedad constante: los placeres de la vida se saborean lentamente.
Los Mavericks lideran la serie 3-0.
Una vez más, el mundo se ha equivocado.