Asumió el cargo de seleccionador mexicano debido a la presión de los jugadores y careciendo de los méritos necesarios. Su falta de experiencia se evidenció rápidamente con otra derrota ante Estados Unidos.
Jaime Lozano ascendió a la Selección Mexicana más por su popularidad que por sus logros y aptitudes.
El entrenador no cumplía con los requisitos necesarios, una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos resultaba insuficiente, para ocupar un puesto que demanda mucho más que el apoyo de los jugadores y las buenas intenciones del comisionado de la Federación Mexicana de Fútbol, Juan Carlos Rodríguez.
Es cierto que ‘Jimmy’ posee una sólida formación y parece ser una persona decente, y sus aspiraciones de liderar al Tri eran comprensibles. Sin embargo, al ser convocado como un «apagafuegos» y al ganar la Copa Oro, se creó el escenario perfecto para materializar su deseo.
Las breves y poco exitosas experiencias en la Primera División con Querétaro y Necaxa, así como su limitada trayectoria como director técnico en general, no parecían ser la mejor carta de presentación para asumir el cargo de un equipo que había sufrido un fracaso importante en Qatar 2022 y una gestión desastrosa bajo Diego Cocca.
Las candidaturas de Nacho Ambriz y Guillermo Almada fueron descartadas simplemente porque los jugadores respaldaron la continuidad de Lozano, a quien se le quitó la etiqueta de interino para oficializar su nombramiento como entrenador nacional, al menos hasta el Mundial de 2026.
El primer golpe de realidad para el apodado ‘Jimmy’ llegó hace unos días con la derrota (2-0) ante Estados Unidos en la final de la Nations League.
Desde un punto de vista estricto, el resultado tiene poco impacto en México, ya que la clasificación para la Copa América y la presencia en la Copa del Mundo están garantizadas. Sin embargo, sirve como otra advertencia, una más en la lista, de que simplemente cambiar de entrenador no elevará el desempeño del Tricolor por encima de la mediocridad.
Menos aún si el equipo está bajo la dirección de un novato que se quedó paralizado frente a los estadounidenses y no supo cómo responder al dominio del juego. Esa es la situación de Jaime Lozano, para que más adelante nadie se sorprenda.
En su análisis del fracaso, Lozano mencionó que México necesita contar con más futbolistas compitiendo en Europa para poder enfrentarse no solo a las potencias mundiales, sino también a sus vecinos del norte.
Qué ironía que el goleador destacado del Feyenoord, Santiago Giménez, apenas haya sido utilizado durante 25 minutos cuando el partido ya estaba perdido.
Prefirió no cuestionar la estructura del fútbol nacional que fomenta la mediocridad y prioriza lo económico sobre lo deportivo. Tampoco mostró ningún indicio de autocrítica después de que su convocatoria careciera de justicia deportiva, y mucho menos en sus alineaciones.
No se puede ni siquiera pensar en una renovación real en la Selección. El entrenador tampoco se adentró en ese terreno, manteniendo a Memo Ochoa como titular y a la base de jugadores que protagonizó un bochorno histórico en el último Mundial.
¿No hay más opciones en cuanto a futbolistas se refiere? Quizás las haya, pero es una realidad que tampoco se vislumbra la idea ni la intención de dar oportunidades a caras nuevas o de incorporar a los jóvenes que podrían liderar al equipo en los próximos ocho años.
¿Por qué sucede esto? Puede ser por temor, incompetencia, influencia de las altas esferas o una combinación de estos factores. Lo cierto es que los líderes del equipo mexicano se consideran intocables, tienen el poder de decidir quién entrena al equipo y continúan en sus puestos a pesar de ser los principales responsables de cada fracaso internacional.
En resumen, Jaime Lozano está ocupando un puesto para el que no está calificado, pero debido a su relación cercana con los jugadores, ha recibido un voto de confianza. ¿Cuál será el costo de esta nueva apuesta por parte de los dirigentes del fútbol mexicano?
Solo el tiempo lo revelará. En la actualidad, la situación parece sombría.