Por: Fabrizio Casari.
Son días turbulentos para la derecha latinoamericana. De la caída sin gloria de Bolsonaro a la locura de Milei, del entreguismo de Noboa a los gritos estridentes de Ponce en Uruguay, se va de la agresión en Venezuela al hipotético golpe en Colombia.
Este nuevo aventurerismo de la derecha latinoamericana intenta el camino de un nuevo protagonismo continental en plena consonancia con los intereses de Estados Unidos, del que depende su existencia y que a su vez, de las victorias de sus dependientes, cobra dividendos políticos, militares y financieros.
La derecha latinoamericana no es nueva ni original: está dirigida por el latifundio y los empresarios locales y adquiere connotaciones de masas gracias a un discurso agresivo y violento que insinúa la idea de una nueva política y una ruptura con el pasado, pero que en realidad no es más que una copia actualizada del mismo.
Su extremismo no es un hecho nuevo: en los años 60-70 se presentó bajo la apariencia de dictaduras militares y en los 80 se vistió con el ropaje de formaciones paramilitares; la limpieza de estos años es puro maquillaje. Su receta de gobierno siempre ha sido el racismo, el saqueo y la represión y siempre ha tratado de mantener unidos a los militares y a las finanzas. Nunca ha tenido ni tendrá las características del conservadurismo a la europea, de una derecha republicana plenamente inserta en la corriente democrática y constitucional de sus respectivos países; esta dimensión no le es afín ni en el fondo ni en el estilo de su discurso político.
La vocación golpista que caracteriza sus acciones políticas encuentra actualización y acompañamiento en la no menos preocupante vocación de no aceptación de las reglas del juego democrático. Tanto Estados Unidos como la derecha de sus respectivos países recurren a la deslegitimación de las campañas electorales: «pre» – cuando las encuestas no les dan ninguna oportunidad – y «post» cuando los resultados electorales sancionan su derrota. No se trata sólo de un planteamiento político o ideológico que afirma la credibilidad de los procesos electorales sólo si los ganan: es el deseo de deslegitimar la naturaleza institucional de los sistemas políticos cuando no se corresponden con el patrón establecido por la Doctrina Monroe.
El miedo a China
El modelo es el exhibido en la reciente visita a Ecuador de Laura Richardson, Jefa del Comando Sur de las Fuerzas Armadas de EEUU. En el acuerdo entre EEUU y Ecuador se actualiza el nivel de injerencia – descarada en sus modos e ilimitada en sus objetivos – que es la esencia de la política estadounidense en el subcontinente latinoamericano.
No es casualidad que en lugar del Secretario de Estado para AL, fuera enviado a firmar los acuerdos el Jefe del Comando Sur de las Fuerzas Armadas. Este descaro, la exhibición pública de lo que antes se ocultaba, indica un mensaje claro: estamos dispuestos a usar la fuerza para mantener la supremacía política, comercial y militar en el continente. Tanta publicidad parece dirigida a la izquierda continental, pero sobre todo a la verdadera pesadilla planetaria para EEUU: China.
Es la presencia china en América Latina, de hecho, lo que inquieta sobremanera a EE.UU. y le hace poner en un segundo plano toda política blanda, todo truco de comunicación oficial, para mostrar en su lugar el rostro de la fuerza.
Por otro lado, con la entrada de Honduras y Nicaragua en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, 23 países de América Latina y el Caribe (ALC) han firmado acuerdos con Pekín como parte de esta iniciativa, y 26 han establecido relaciones diplomáticas con China, poniendo fin al reconocimiento formal de Taiwán Sólo 5 siguen reconociendo la isla china que los estadounidenses querrían que fuera su provincia.
En los últimos años, las iniciativas diplomáticas de Pekín han contribuido a institucionalizar su compromiso en la región y a cosechar elogios internacionales.
El crecimiento de los intercambios comerciales ha sido muy elevado: China es ahora el primer socio comercial de Brasil, Chile, Perú y Uruguay y el segundo de Colombia, Venezuela y Argentina (aunque Milei ya ha anunciado la ruptura de relaciones, sin indicar sin embargo de dónde sacará el dinero si Pekín decide quebrar la deuda). En perspectiva, Nicaragua, Honduras y El Salvador también podrían convertirse en socios principales, aunque con perfiles muy diferentes. Suficiente para hacer sonar las alarmas en la Casa Blanca, ya molesta por la negativa latinoamericana a sancionar a Rusia y a armar a Ucrania.
Además, la asociación china se basa en una relación comercial libre de condicionamientos políticos y recetas económicas, lo que es típico del FMI. Así que obtener liquidez de China y no de Occidente aporta mayor libertad y autonomía a los distintos gobiernos a la hora de fijar políticas financieras. Además, la UE acaba de ceder a las demandas de los agricultores europeos que quieren que se cancele el acuerdo con Mercosur. Esto, por supuesto, beneficiará a China, que dispondrá de recursos adicionales para satisfacer sus inmensas necesidades internas, mientras que los países latinoamericanos podrán contar con mayor liquidez. Beneficios mutuos.
La contracción parcial del crecimiento chino no afecta gravemente a sus capacidades de liquidez, y éste es el elemento que más preocupa a Washington, que ve en perspectiva la posible desaparición del chantaje económico-financiero hacia el subcontinente al sur del Río Bravo con el que se garantizaba la pertenencia (forzada o deseada) a países útiles para proporcionarle todo lo que necesita y no tiene, y darle así la dimensión de superpotencia planetaria. Su dominio es decisivo para capacitar a su población (el 5% de la mundial) que utiliza el 69% de los recursos del planeta.
América Latina es la mayor reserva de biosfera del planeta, alberga enormes riquezas de agua, minerales y fósiles y, por su situación geográfica e índice demográfico, es crucial para los equilibrios geopolíticos y militares del planeta. Por esto y más, en poco más de un siglo las tropas estadounidenses la invadieron 42 veces, sin contar los golpes de Estado organizados y financiados y los intentos frustrados.
Mantener a América Latina en la pobreza masiva y en el subdesarrollo económico interesa a Estados Unidos, que, en una relación desigual con el resto del continente, encuentra las mejores condiciones para apoderarse de todo lo que América Latina produce y Estados Unidos consume. Exactamente lo contrario ocurre con China, que encuentra intereses estratégicos precisamente en el desarrollo tecnológico e industrial latinoamericano.
En la actualidad, los equilibrios planetarios cambian constantemente y se mueven en una dirección multipolar. No solo China y Rusia amplían su influencia en Latinoamérica, sino que los BRICS asumen cada día más un perfil de interés prioritario para el continente, una excelente alternativa a la relación obligada y nunca conveniente con los EE.UU.
La idea de que Washington pueda seguir controlando el mundo sin saber siquiera controlar su «patio trasero», antes que una ironía involuntaria, es la demostración franca del fracaso de un diseño imperial que está quedando sepultado bajo la codicia y la arrogancia que lo generaron.