En el valle de Cuapa existe una gran piedra que dicen cayó del cielo.
Cerca se encontraba la hacienda La Flor, donde vivía un matrimonio que tenía una hija muy hermosa, de la cual se habían enamorado los duendes que habitaban la zona.
Todas las noches llegaban y le ponían flores en la cama, y cuando iba a traer agua le enfloraban el camino. Los duendes no querían a la mamá de la muchacha, y en lugar de flores le ponían espinas. ¡Nadie los aguantaba! La muchacha estaba asustada y temía salir sola porque los duendes la seguían a todas partes.
El papá de la joven tenía un burro que jalaba agua y cargaba zacate, y un día de tantos no lo encontró, se puso furioso y comenzó a buscar al burro acompañado por los vecinos.
Después de varios días, lo encontró arriba de la piedra rebuznando afligido porque no podía bajarse. Comprendiendo que era una burla de los duendes. Fue entonces cuando el señor le ordenó a su hija que les fingiera cariño, correspondiendo con palabras amorosas a los regalos que le hacían. Lo que quería era que los duendes bajaran al burro.
La joven hizo caso y temblando de miedo les pidió que bajaran el burro de su papá. Por quedar bien con ella, los duendes lo hicieron. Durante algunos días no aparecieron y el señor creyó que ya no iban a seguir molestando, pero se equivocó. Su esposa tenía dos tazas y ellos le quebraron una porque sabían lo mucho que le dolería aquella maldad. A mediodía, cuando ella estaba tomando sopa, exclamó: “¡Qué lastima que se quebró mi taza, tan bonita la pareja!”; diciendo esto le dejaron caer real y medio en la sopa, entonces ella dijo: “Con esto se paga la taza”.
Cuando se levantó para contar el dinero que tenía guardado en un cofre, vio que le hacía falta real y medio, murmuró: “De mis mismos reales me están pagando; qué malos que son esos duendes, y le halaron el cabello”.
Como ya no los soportaban, decidieron hacerles la guerra. Después de inventar miles de cosas, los dueños de la hacienda y los vecinos se pusieron a tocar música de cuerda. Esto desagrada a los duendes porque les producía dolor de cabeza. Día y noche pasaron los señores tocando, hasta que los traviesos no tuvieron más remedio que abandonar la casa. Dicen que los chontaleños cuando ven una persona sobre la piedra gritan: “Allá está el burro de Cuapa”, y el que está arriba, en venganza, contesta: “Allá están los duendes”.