Un relato, cargado de tragedia y desilusión, revela las duras realidades que enfrentó en Estados Unidos.
La lucha por sobrevivir, la soledad sin amigos. Entre lágrimas y sacrificios, este migrante comparte su viaje desde la esperanza hasta el desencanto, ofreciendo una mirada cruda a la complejidad de la vida tras la tierra de lagos y volcanes.
Soy nicaragüense, de León, y la cruda realidad es que en Estados Unidos no me estaba yendo bien. No ganaba lo suficiente para cubrir los gastos de renta, comida y demás; simplemente, estaba sobreviviendo. Las cosas empeoraron cuando mi madre se enfermó y la situación se tornó crítica con la pérdida de empleo.
En ese país, no hay amigos, solo conocidos. Como dicen, “No money, no Honey”, haciendo hincapié en que, sin dinero, no hay nada. Aprendí la importancia de agradecer a quienes te acogen en su hogar, incluso cuando no tienes un centavo.
La falta de dinero para pagar la renta no da tregua; debes tenerlo los primeros días del mes, o te echan. Mi vivienda era un apartamento compartido con otras 8 personas, un solo inodoro y la constante preocupación por esconder alimentos porque te roban hasta los calzoncillos.
Para empeorar las cosas, no me presenté a mis citas migratorias, y sabía que ya debía de tener orden de deportación. Tomé una decisión difícil y me entregué a migración, pasando 45 días detenido en Luisiana.
Los vuelos de deportación, llamados “humanitarios”, se realizan los jueves. En mi caso, salí desde Luisiana hacia Texas. Previamente, el consulado es contactado para verificar la nacionalidad de los deportados. Éramos 128 nicaragüenses en ese vuelo.
Al descender del avión, Migración Nicaragua nos entregó a la policía. Se realiza un proceso de devolución de pertenencias personales, desde documentos hasta medicamentos y teléfonos celulares. Mi familia fue informada y acudió al aeropuerto para recibirme o llevarme a la terminal de buses con el boleto para viajar a León.
Al regresar, me encuentro con personas aún ilusionadas con viajar a Estados Unidos. Me preguntan, y les comparto la realidad: se gana, pero se gasta. No es falta de deseo de ahorrar, simplemente no alcanza para todo. Opté por regresar al trabajo en el campo, una decisión que considero fue la mejor.