Por: Fabrizio Casari.
Las doctrinas militares son diferentes y también lo son las estrategias para su despliegue. Las que se estudian en las academias de las grandes potencias se basan en conceptos propios de la guerra convencional y en estrategias para el uso del poder nuclear, mientras que los países pequeños desarrollan doctrinas y modelos militares adecuados a su tamaño y territorio, a su historia y cultura, incluso a su idiosincrasia. Pero lo que todas las doctrinas militares, sin excepción, tienen en común es el uso del término «contraofensiva». Por ella se entiende un contraataque destinado a recuperar las posiciones perdidas y la posterior retirada parcial del enemigo, con el fin de liberar territorios y relanzar la acción estratégica.
Ucrania constituye una excepción, tanto desde el punto de vista terminológico como del significado. Porque la contraofensiva ucraniana se ha convertido, de hecho, en una nueva ofensiva rusa. Según el New York Times, «Rusia se ha apoderado de territorio adicional, sobre todo en el noreste, y ahora controla casi 320 kilómetros cuadrados más de territorio ucraniano que a principios de año».
Así termina, en la línea del órgano del establishment estadounidense, con claras simpatías demócratas, la fantasiosa narración de la contraofensiva ucraniana, hecha con armas de la OTAN, dinero estadounidense y europeo, mercenarios por doquier y muertos ucranianos. Surge la distancia entre la propaganda de guerra y la guerra real, la que está sobre el terreno, y la anunciada contraofensiva se convierte en una derrota manifiesta.
Otra anomalía es que toda contraofensiva necesita secreto sobre fechas y lugares, pero la ucraniana se anunció con meses de antelación. ¿El objetivo? Presionar para conseguir ayuda en dinero y armas, haciendo creer en su utilidad a corto plazo. ¿El resultado? Uno de los peores reveses militares del conflicto ruso-ucraniano, que sólo sirvió para vaciar los arsenales de la OTAN de varios países, pero que demostró ser una contraofensiva completamente inofensiva en términos militares.
Con su inglorioso final, también entra en vía muerta el papel del Occidente colectivo, que había decidido desde 2013 utilizar a Ucrania como abanderado de la ampliación de la OTAN hacia el Este, una herramienta útil para cercar a Rusia.
En Europa el viento cambia. Gran Bretaña, abanderada de la línea dura con Moscú, está empezando a dar marcha atrás. Según informa el Telegraph, que cita una fuente confidencial del Estado Mayor británico, Londres no puede ir más lejos. El ministro de Defensa de Italia dice: «¿Armas a Kiev? Los recursos no son infinitos» y la propia primera ministra, Meloni, abanderada fascista del tablero estadounidense en Europa, habla de «fatiga europea y tiempo de negociaciones». Francia, más clara, declara que «a partir de ahora si Kiev quiere armas tendrá que comprarlas».
En el Este, el proceso de desvinculación de Ucrania ha comenzado con su aliado más beligerante, Polonia. Hasta hace unas semanas, entre los más fervientes partidarios de Ucrania, no enviará más armas. Kiev pesa demasiado sobre el Gobierno ultranacionalista de Varsovia, porque la afluencia de refugiados y de grano barato procedente de Ucrania crea problemas al Ejecutivo dirigido por el partido Ley y Justicia («PiS»), cuya base electoral se sustenta en gran medida en el voto rural. Hungría no está dispuesta a apoyar las sanciones contra Rusia y Eslovaquia, con la victoria de Fico, ha cerrado el grifo. Por último, la perplejidad de muchos se convierte poco a poco en la contrariedad de algunos y a la reticente Austria se unen Irlanda y Malta.
Así que la imagen europea cambia y el estribillo «estaremos junto a Kiev mientras sea necesario» se repite casi como un rito chamánico, pero ya es una reliquia arqueológica de la guerra perdida con Rusia. Las garantías de Borrell de que sólo el 2 de octubre no veía «ningún Estado de la UE flaquear» resultaron ser otra mordaza del señor PESC, ahora reducido a una cómica marioneta de la UE.
Por propaganda, la UE nunca creyó realmente que Ucrania pudiera imponerse en el campo de batalla, sino que pensó que la combinación de las sanciones occidentales y el aparato militar de Kiev, ayudado por la OTAN, superaría a Rusia y que, en cualquier caso, la guerra pondría en peligro la relación de Moscú con Pekín y el camino de los BRICS. Imaginaban una Rusia más frágil y expuesta, pero resultó ser fuerte en el terreno militar y hábil en el político y comercial, demostrando capacidad de resistencia y relanzando capacidades nunca imaginadas en Bruselas. Que con valoraciones erróneas y conclusiones precipitadas, dejando prevalecer la esfera ideológica sobre la concreta, sobrestimaron el peso de la OTAN e infravaloraron el de Rusia.
El caos en Kiev
¿Y ahora? En una curiosa interpretación de la democracia, Zelensky impide la elección diciendo «no me parece apropiado». Así que el elegido decide que no es apropiado arriesgarse a no ser reelegido. Incluso, el fin de la ayuda descubre rencillas. El vanidoso Kiev se pelea con los suyos, destituye a los militares de alto rango a los que acusa de ineptitud o corrupción, y sigue exigiendo dinero y armas. Las relaciones con el general Zaluzhny se tensaron especialmente tras una entrevista que este concedió a The Economist en la que pintó un panorama muy sombrío para las fuerzas armadas ucranianas. El punto álgido de este enfrentamiento quizá pueda vislumbrarse en el accidente mortal que sufrió su ayudante, el mayor Gennady Chestyakov, mientras celebraba su cumpleaños en su casa de Kiev y decidió abrir un regalo.
Pero la forma en que se desarrolla el enfrentamiento interno dentro de la banda de Kiev tiene una importancia relativa ya que la dinámica política estadounidense y europea no es propicia a una mendicidad ucraniana permanente: al fin y al cabo, ya ha pedido todo tipo de armas, las ha recibido y, sin embargo, ha perdido regularmente hombres, armas y territorio. La emergencia de Oriente Medio es, para Washington, un terreno en el que está en juego su dominio estratégico; esto le empuja a cerrar el asunto ucraniano que ha resultado perdido, intentando suavizarlo en una negociación diplomática con Moscú a través de un tercero (China, quizás).
Desde Kiev se observa, con ojos desorbitados, el rápido desvío de la ayuda y la concreta derrota que se avecina. Las fingidas garantías de un «apoyo que no fallará» encubren los intentos de abrir un canal de negociación porque en el terreno militar se produjo una derrota de las fuerzas de la OTAN y de Ucrania que no puede distraer la atención del escenario de Oriente Próximo, aunque se utilizará para intentar reducir el peso político-estratégico de la retirada. Negociación nada fácil, sobre todo para Estados Unidos y la UE: después de decir durante dos años que las condiciones para el diálogo las ponía Ucrania, después de aceptar su «plan de paz» presentado en Ryad, (que en realidad no era más que la lista de las exigencias de Kiev), ¿ahora con qué cara bajará Occidente la mirada y permitirá las negociaciones incluso sin Zelensky? El mismo ha promulgado una ley que prohíbe cualquier diálogo con Rusia, así que ¿cómo va a sentarse a la mesa?
Entonces tal vez las negociaciones ni siquiera cuenten con la opinión de Kiev, las llevarán a cabo EE.UU. y Rusia, con la ayuda de la UE que guardará silencio, y luego acudirá a los ucranianos para explicarles cómo acaba la historia y dónde y qué tienen que firmar.
El ministro ruso de Asuntos Exteriores, Sergueï Lavrov, reiteró que Rusia está dispuesta al diálogo, pero que éste debe partir de la realidad sobre el terreno y no de fantasías occidentales sin sentido del ridículo. Es difícil culpar al jefe de la diplomacia del Kremlin. Rusia querrá sacar provecho de la victoria militar. Si se quería un acuerdo independientemente de la fuerza de las partes sobre el terreno, debería haberse firmado antes del inicio de la Operación Militar Especial, cuando Moscú exigió por todos los medios -pero fue ignorado, casi se rieron de él- una mesa sobre seguridad colectiva.
La palabra a las armas interrumpió cualquier sugerencia de un compromiso a la baja y ahora Moscú no quiere dar a Occidente la reputación de dos años de guerra y los sacrificios que ha soportado en términos de vidas humanas, políticos y económicos. Hoy estamos ante la segunda victoria militar rusa sobre la OTAN tras la conseguida en Siria. Así que desde Moscú se filtra la voluntad de negociar pero sólo sobre una base seria. Porque si es cierto que en ninguna negociación se consigue todo lo que se quiere, es aún más cierto que ninguna negociación puede convertir a los ganadores en perdedores y a los perdedores en ganadores.