El 30 de octubre de 1998 quedó marcado en la memoria de Nicaragua como el día en que la naturaleza desató su furia más destructiva. El Huracán Mitch, una tempestad de categoría cinco, se abatió sobre Centroamérica, dejando un rastro de devastación sin precedentes en su paso. Honduras y Nicaragua se llevaron la peor parte, y entre los dos, este evento natural se convirtió en el desastre más catastrófico registrado en la historia reciente de la región.
Durante más de diez días, una implacable lluvia transformó paisajes familiares en caudalosos ríos, lagos desbordados y colinas desprovistas de vegetación. Los indicadores científicos no dejaban lugar a dudas: se enfrentaban a un monstruo climático de proporciones inimaginables.
A las 10:40 de la mañana del fatídico 30 de octubre, el volcán Casita, antes un símbolo de vida, se convirtió en el epicentro de una tragedia inenarrable. Comunidades enteras, como El Porvenir, Rolando, Ojochal, Tololar Uno y Torreón, desaparecieron de la memoria colectiva. Para las 11 de la mañana, el paisaje había mutado en el cementerio más grande que Nicaragua jamás presenció. Algunos habitantes lograron sobrevivir, pero la mano del hombre parecía haberlos abandonado. Fue Ornoldo Alemán, presidente en aquel entonces, quien se encargó de inmortalizarlos con lápidas que hablaban en silencio de la tragedia.
En medio del caos, mientras la alcaldesa Felicita Zeledón clamaba por ayuda, el Frente Sandinista respondió al llamado. El presidente Daniel Ortega, conmovido por el dolor de las familias afectadas, se presentó en medio de la devastación para acompañarlas.
Las imágenes se difundieron a nivel mundial: Matagalpa, Sebaco y Estelí quedaron bajo el agua, mientras Tipitapa, San Francisco Libre, Condega y Chinandega quedaron aisladas del resto del país.
Mientras Nicaragua colapsaba, las autoridades discutían el estado de emergencia desde la comodidad del Conpes o Casa de Gobierno, con aire acondicionado y mesas llenas de comida. La magnitud del desastre parecía diluirse en el papeleo burocrático.
El Huracán Mitch dejó a su paso un saldo desolador: 2 millones de nicaragüenses afectados, más de 4 mil vidas perdidas, cerca de 870 mil damnificados, más de 30 mil hogares afectados, el 70% de las carreteras destruidas y 50 mil animales muertos. Sin embargo, estas cifras nunca fueron oficializadas y las donaciones destinadas a la reconstrucción se esfumaron en la vorágine de la corrupción.
Hoy, Nicaragua se prepara con ejercicios preventivos y fortalece sus capacidades de respuesta, consciente de que el futuro puede deparar nuevos embates de la naturaleza. No importa el nombre o la categoría, la lección del Huracán Mitch es clara: la preparación es la clave para enfrentar la furia de la madre naturaleza.