Se cumplen 50 años desde que el presidente legítimo de Chile, Salvador Allende, se quitase la vida de un disparo en el Palacio de La Moneda.
El 11 de septiembre de 1973, el presidente legítimo de Chile, Salvador Allende, se quitó la vida de un disparo en el Palacio de La Moneda antes de caer en las manos de las fuerzas militares de Augusto Pinochet.
Por esa vía, la democrática, Allende trató de instaurar el socialismo en su país. Murió el hombre pero no la idea. Ni el ejemplo. Su figura se convirtió en un referente para la política progresista posterior. Un mártir cuyo ejemplo inspiró al mundo: «El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse. Quiero decirles que tengan fe, la historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen; ésta es una etapa, será superada; éste es un momento duro y difícil, es posible que nos aplasten, pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores; la Humanidad avanza para conquista de una vida mejor», expresó en su último discurso.
Cerca de la medianoche del 10 de septiembre de 1973, el presidente chileno Salvador Allende Gossens -el primer socialista en el mundo que llegó al poder a través del voto popular- recibió informes sobre una “movilización de tropas”. Y convocó a dirigentes, asesores y amigos, que se reunieron de madrugada en su casa del barrio Tomás Moro.
No disponían de tiempo: el golpe militar se inició a las 6 en Valparaíso y una hora y media más tarde, cuando Allende y su equipo llegaron al Palacio de la Moneda, su primera consulta fue: “¿Dónde está el general Pinochet?”.
Según le expresó Jaime Gazmuri (por entonces secretario del MAPU, un partido de izquierda católica que integraba la Unidad Popular) a Norma Morandini en una entrevista por Clarín (13-9-98) “Pinochet era un general constitucionalista que había hecho alardes de lealtad al presidente, una lealtad en el límite con la obsecuencia. Tengo la impresión de que Allende durante el último mes, intuía un desenlace catastrófico como el que ocurrió y estaba preparado psicológica y moralmente. Por un lado, no fue una sorpresa que el golpe tuviera el apoyo unánime de las fuerzas armadas. Y por el otro, temía el desenlace y estaba dispuesto a cumplir con su papel histórico”.
A esa hora, el general Augusto Pinochet, jefe del Ejército, se encontraba a 20 kilómetros, en Peñalolen. Había asumido la conducción del golpe junto a los otros comandantes: Gustavo Leigh (aviación), José Toribio Medina (Armada) y César Mendoza, al frente de los Carabineros. “Rendición incondicional, nada de parlamentar”, ordenó Pinochet en uno de los ahora famosos diálogos con el vicealmirante Patricio Carvajal, otro de los jefes golpistas. Diálogos que trascendieron desde la desclasificación de documentos y en los ocho libros que -sobre el día del golpe- elaboró la periodista Patricia Verdugo.
La orden de los comandantes para que se evacuara el Palacio de La Moneda se emitió a las 10, seguida por la amenaza de proceder por la fuerza y con la exigencia de la renuncia de Allende. Este reunió a su gente en el Palacio, les pidió a las mujeres y al personal subalterno que se marcharan. “A los carabineros que formaban su guardia les dio a elegir y casi todos optaron por abandonarlo. Inclusive el general Sepúlveda, jefe de ese cuerpo, también se marchó”.
Allende conminó a su hija y secretaria Beatriz para que se marchara -consiguió hacerlo a La Habana- junto a Frida Modak, jefa de prensa de la presidencia. Estos detalles se difundieron poco después de la tragedia, descriptos por Jorge Timossi, un periodista argentino que trabajaba para la agencia cubana Prensa Latina y Clarín publicó su testimonio esa misma semana.