Conocido Corredor Seco centroamericano y amenaza de forma constante a la población de la región.
Costa Rica se halla gravemente afectada por los efectos del cambio climático.
Una de las regiones más perjudicadas se encuentra en su extremo norte, zona atravesada por el conocido como Corredor Seco Centroamericano, donde las sequías prolongadas se turnan con lluvias torrenciales y donde el acceso al agua no está garantizado.
En la provincia de Guanacaste, zona turística conocida por su riqueza natural y sus espectaculares playas, se encuentra el Bosque Tropical Seco, un ecosistema muy delicado y hábitat de multitud de especies en peligro de extinción.
«Cuando uno le viene tomando el pulso al bosque seco es como un paciente que tienes en cuidados intensivos»
La bióloga María Marta Chavarría, que habla de este entorno único: «Cuando uno le viene tomando el pulso es como un paciente que tienes en cuidados intensivos».
A pesar de hacer todo lo que está en sus manos, no se trata de una persona, «sino que es una cuestión planetaria».
El bosque seco es estacional, pero su biorritmo se ha complicado con el cambio climático. Este año las lluvias se adelantaron a la temporada tradicional y fueron esporádicas, lo que engañó a la flora y fauna local.
Los árboles brotaban esperando precisamente más lluvias, pero lo que se encontraron fue únicamente sequía. Cuando esto sucede, se rompe completamente el círculo de la vida.
Chavarría asevera que desde hace unos 15 años se han comenzado a notar cambios drásticos: llueve menos, hace más calor y los vientos son más intensos.
En el río Tempisque habita el conservacionista Marlon Carrera, que avisa de que en septiembre u octubre, «cuando las lluvias son fuertes, este río coge demasiada agua y se tira hacia los poblados, inundando casas y fincas».
En los alrededores de este cauce viven en situaciones climatológicas extremas, la más extrema de las cuales es la sequía, como la que se vivió en 2017, «cuando muchos finqueros perdieron su ganado por falta de pasto», como cuenta Carrera.
José Alberto, ganadero dueño de una pequeña parcela de tierra a solo unos kilómetros del río Tempisque, cuenta las dificultades de su labor, con un «tiempo de verano muy prolongado, de siete u ocho meses y una sequía muy fuerte», en el que «la sombra es oro para el ganado», con temperaturas que pueden superar los 40 grados.