Centenares de pobladores y combatientes de Masaya los estaban esperando, fueron recibidos con vítores, abrazos y comida. Habían sido momentos verdaderamente peligrosos, pero, finalmente llegaron en la madrugada del 29 de junio de 1979.
El Repliegue Táctico a Masaya se da como una de las ultimas estrategias del FSLN y el Frente Interno Camilo Ortega, dirigido por los comandantes Carlos Núñez Téllez, Joaquín Cuadra, William Ramírez. En esta gesta participaron alrededor de 6 mil personas entre, niños, mujeres, hombres y ancianos.
La guardia somocista tardó en descubrir esta acción. Los aviones empezaron a sobrevolarlos, poco después de las nueve de la mañana del 28 de junio, a las 11 de la mañana empezó el bombardeo aéreo. Decenas cayeron muertos o heridos.
A eso de las dos de la tarde, cesó un poco el bombardeo y los replegados siguieron por el camino viejo a Nindirí, recorrieron los deslindaderos profundos de la Laguna de Masaya, con la finalidad de sortear a la guardia genocida, que se encontraba en La Barranca y El Coyotepe, muy bien armada.
Carlos Núñez describe a “La Liebre” como una “unidad de combate integrada por combatientes selectos, de carácter móvil, con un alto espíritu ofensivo, dotada del mejor armamento”. Su jefe era el comandante Walter Ferretti (Chombo) y como segundo, Carlos Salgado.
“El jueves 14 de junio, la GN comienza a incrementar su ofensiva, comienzan a superarse los cálculos de lo que podía durar la insurrección en Managua y urgimos a los miembros de la Dirección Nacional Conjunta para que presionen a los otros frentes de guerra para que avancen. Más de seis días llevamos de estar resistiendo al máximo la acción de la guardia genocida por distintos puntos. Comenzábamos a preocuparnos; tal ritmo de lucha no podía resistirse indefinidamente, solamente con la moral combativa. Se hacía necesaria la presencia de otros frentes, de armas, de hombres experimentados, máxime que la resistencia en los barrios occidentales comenzaba a declinar, doblada por la ofensiva criminal del ejército somocista”.
“Al observar el vencimiento de los tres días y notando el empuje decidido de la guarda somocista que se apoyaba en la infantería y en los blindados, el Estado Mayor del Frente Interno comienza hacer llamados a los distintos frentes de guerra para que intensifiquen la lucha (…). Esta espera a veces se volvía bastante desesperante”.
La situación se agrava tras la caída de las barricadas construidas en el barrio Riguero, problemas de indisciplina entre los milicianos y los combatientes, y la brutal “operación limpieza” lanzada por la GN en todos aquellos barrios que se habían insurreccionado, asesinando o capturando a todos los varones mayores de 15 años.
Tras la masacre de los combatientes de la zona occidental de Managua en Batahola, la guardia logra aplicar un cerco a los barrios orientales, corazón de la insurrección. El domingo 17 de junio, inicia un intenso bombardeo de dos días sobre El Dorado, en donde estaba ubicado el Estado Mayor de los insurgentes, hasta obligarlos a salir de la zona e instalarse en la Iglesia Sagrada Familia, en el barrio Ducualí, unos tres kilómetros al norte.
Tras una inspección por casi todas las zonas de combate y una evaluación con cada uno de sus mandos, los jefes de la insurrección constatan que “al agotamiento de las fuerzas, se sumaba la debilidad real de la falta de municiones” y se le pide al Comandante Humberto Ortega el envío inmediato de pertrechos de guerra para continuar la resistencia en Managua.
La madrugada del 19 de junio, los combatientes encienden enormes fogatas en diversos puntos de la zona oriental; a las seis de la mañana, un avión Navajo en vuelos rasantes logra lanzar docenas de sacos con municiones y otros pertrechos.
Dos días después, las unidades guerrilleras pasan a la ofensiva, lo cual les permite, además de causar numerosas bajas a la GN, recuperar gran cantidad de armas, incluyendo una ametralladora calibre 30 y otra de calibre 50.
El sábado 23, la guardia lanza una contraofensiva con helicópteros que dejan caer bombas de 100 a 500 libras sobre las posiciones sandinistas y las viviendas de la población civil, pero no logran el objetivo de reducir la capacidad ofensiva de los guerrilleros.
Pero “los días siguientes serían como una pesadilla. Todos los días, partiendo de las primeras horas de la tarde, previo ablandamiento de la fuerza aérea y de los morteros, tendríamos con nosotros la presencia del helicóptero haciendo estragos sobre la población. Los efectos de los bombardeos fueron terribles.
Las casas en hileras saltaban hechos pedazos por la explosión y los charneles a una velocidad increíble pasaban al rojo vivo las ramas de los árboles. Desde el punto de vista político, los efectos de los bombardeos se hicieron sentir inmediatamente.
El terror cundió entre la población, el éxodo comenzó a volverse masivo. La población salía de la zona cada día por decenas, ansiosa de trasladarse a la zona occidental, para poner a salvo a los niños y ancianos. Era evidente que estábamos llegando al límite de nuestras fuerzas y de nuestras posibilidades”.