El Diario Nica

Ana Belén Montes, la ‘Reina de Cuba’

Por: Fabrizio Casari.

Toda historia de guerra, toda supervivencia, necesita héroes. Sobre todo, cuando sirven a los humildes y no a los poderosos. Porque hay dos tipos: los primeros son héroes a pesar suyo, por incapacidad de eludir la carga del deber. Estos últimos son héroes por obediencia a la cúpula, por compromiso o por furia, sobre el corazón late la bandera de la conveniencia.

Hay dos tipos de héroes, dos modelos de heroísmo, opuestos y nunca complementarios, a los que corresponden en consecuencia dos relatos heroicos. Las mediáticas, inventadas por los expertos, producidas por brain storming al efecto, construidas de la nada y lanzadas por doquier. Suelen ser las que todos conocemos, elaboradas y mediatizadas para nosotros, en la búsqueda de un consenso al que uno nunca se permitiría acceder: la construcción de una verdad de conveniencia para colocarla en el mercado de la circulación de ideas sólo encuentra su eficacia cuando uno es capaz de girar e invertir los acontecimientos a su conveniencia.

Si uno tuviera que buscar ejemplos de una narración invertida de los acontecimientos para generar heroísmo funcional, los encontraría en abundancia. Abundan la literatura, la poesía, el cine y la publicidad. Uno de los ejemplos más conocidos es la representación de la liberación de Auschwitz, que Roberto Benigni, el cineasta italiano responsable de la película «La vida es bella», asignó, desafiando lo que realmente ocurrió, a los soldados estadounidenses que desembarcaron en Europa. En cambio, la verdad histórica atribuye la liberación del campo de concentración de Polonia y de varios otros al Ejército Rojo soviético. Fueron los soldados rusos (y no los estadounidenses) quienes abrieron las puertas de Auswitz, Majdanek, Belzec, Sobibor y Treblinka, Stutthof, Sachsenhausen y Ravensbrück, quienes dieron a conocer el horror de las cámaras de gas de los campos de exterminio nazis diseminados por Europa del Este, uno de los principales instrumentos del Holocausto. La mentira de Roberto Benigni se propagó por el bien de los Oscar: al inscribir a los estadounidenses en un heroísmo inmotivado ganó un Oscar, si hubiera contado las hazañas de los soviéticos no habría ganado nada.

La Historia está llena de héroes de los últimos, ningún continente sale indemne, entre otras cosas porque no hay continente que no haya conocido el horror de las guerras imperiales y de conquista. De la que vamos a hablar brevemente hoy aquí se llama Ana Belén Montes y ha vuelto libre estos días tras 20 años de cárcel. Será sometida a vigilancia especial durante cinco años. Puertorriqueña nacionalizada estadounidense, nacida en 1957, hija de un obtuso médico militar, se enamoró de la causa de Cuba y durante años engañó a todo el mundo: pasó un detector de mentiras, engañó a su hermano Tito y a su hermana Lucy, ambos en el FBI. Durante años pasó datos, nombres y planes estadounidenses contra la isla a la inteligencia cubana.

Entró como mecanógrafa en el Ministerio de Justicia, ascendió en el escalafón y, gracias a su reconocida experiencia, llegó a tener en sus manos expedientes extremadamente delicados. Al ser abordada por agentes cubanos, finge un viaje a Europa, pero se dirige a La Habana, donde recibe formación e instrucciones. A su regreso a Estados Unidos, consigue ser contratada en el Ministerio de Defensa, aunque se denuncian sus posiciones divergentes de las del gobierno en política hacia Cuba. Es buena y competente y ninguna reunión que tenga a Cuba como tema la ve como una intrusa.

Disciplinada, prudente, no se lleva nada: se lo aprende todo de memoria y, una vez en su piso, lo copia en un disquete que entrega a los agentes cubanos en reuniones en restaurantes. Recibe órdenes a través de números en clave transmitidos por ondas cortas. Sobria, sin maquillaje, con pocas joyas, sin ostentación, Ana sacrifica su vida privada a la causa.

Sus colegas la perciben como diferente, pero respetan su competencia y el director de la CIA, George Tenet, le entregará personalmente en 1997 una mención especial, un Certificado de Distinción en Inteligencia. Si no la hubieran detenido, se habría trasladado a la CIA para ocuparse de la lucha contra Al Qaeda, para la que estaba destinada.

El 21 de septiembre de 2001 fue detenida gracias a una información indirecta de la NSA. La administración estadounidense declaró que había revelado a La Habana casi todas las operaciones de inteligencia de Estados Unidos en la isla y que, por tanto, era considerada una de las «espías más perjudiciales» para la seguridad estadounidense. Michelle Van Cleave, que fue jefa de contrainteligencia bajo la presidencia de George W. Bush, informó al Congreso en 2012 de que Montes había «comprometido prácticamente todo lo que sabíamos sobre Cuba y nuestras operaciones en la isla, y el Gobierno de La Habana pudo utilizar toda la información en su beneficio».

Ana Belén es juzgada y condenada a 23 años de prisión, librándose por poco de la pena de muerte. En 20 años, no ha caído en la tentación de ceder a promesas y amenazas. Con una disciplina interior y una ética poco comunes, repite a sus carceleros que no se arrepiente de lo que hizo, de hecho, lo volvería a hacer. Está resentida por la política terrorista de Estados Unidos hacia Cuba y cree que hizo lo que pudo y, por tanto, debió hacer.

Ahora es libre, pero en cierto modo Ana Belén, libre siempre lo ha sido, porque ha resistido y ha demostrado un valor y una tenacidad, una fortaleza y una perseverancia fuera de lo común.

¿Una heroína? Sí, como todos aquellos que, ante la prepotencia del imperio, que se te echa encima sin que nadie pueda hacer nada por ayudar, recurren a toda su energía y convicciones, a su sentido de la justicia y del orgullo, a su pertenencia y respeto a sí mismos y a sus ideales. No hay mejor manera de vivir que morir.

Que la vida te acoja y te abrace fuerte, Ana Belén.