En un acto extremadamente heroico, llevo a cabo el ajusticiamiento del dictador Anastasio Somoza García en la cual cayó acribillado a balazos.
Rigoberto López Pérez, fue sastre, poeta y periodista, y se convirtió en símbolo de la revolución, cuando se inmoló al ejecutar al general Anastasio Somoza García, el Tacho, presidente dictador de Nicaragua que se había adueñado del poder y la riqueza del país a través de la persecución política, la represión y la traición. Ordenó asesinar a Sandino quien dirigió entre 1927 y 1933 la resistencia nicaragüense contra el ejército de ocupación estadounidense en Nicaragua. Su lucha guerrillera logró que las tropas de los Estados Unidos salieran del país, no sin antes crear la Guardia Nacional y poner a su frente al general Anastasio Somoza García, siguiendo las órdenes de la Embajada Norteamericana.
Aficionado a la poesía, la lectura y a la música, ya durante su estancia en el hospicio destacó por su afición a la lectura entre las obras que leía destacaban las de Rousseau, José Enrique Rodó y Rubén Darío, así como Antenor Sandino Hernández.
En 1947, con solo 17 años, publicó el poema “Confesión de un Soldado”. Un año después, en 1948 participó en el grupo musical “Buenos Aires” junto con sus amigos Humberto Lacayo Amaya, Luis Santamaría Granera, Eloy Loredo Rugama y Roger Morales. Rigoberto componía y tocaba el violín. Todos sus escritos expresaban su visión y convicción revolucionaria.
Entre las composiciones que realizó y que fueron interpretadas por el grupo, están los valses Claridad y Si el vino me hace llorar.
Para los amigos de vecindario y para la mayoría de los que lo conocían en León, se trataba de un muchacho moreno, de buena estatura, sano, fuerte, amigo cariñoso y colaborador frecuente de los diarios “El Cronista” y “El Centroamericano”. En sus días libres jugaba pelota con la muchachada de los alrededores y asistía al estadio local a recrearse viendo béisbol. También solía vérsele en compañía del periodista Armando Zelaya Castro, de cuya hermana, Amparo, era enamorado.
Las relaciones amorosas con Amparo Zelaya Castro le hicieron realizar frecuentes viajes a la capital del país, Managua intensificando sus actividades contra la dictadura de Anastasio Somoza García y su compromiso por la libertad de su país afiliándose en el Partido Liberal Independiente PLI, formado por disidentes del oficialista Partido Liberal Nacionalista (PLN), de la familia Somoza, de la mano de José Constantino González, secretario del General Augusto Cesar Sandino.
Rigoberto López Pérez había nacido un mes de mayo para morir junto con la llegada de la primavera el 21 de septiembre de 1956, dando inicio a un proceso de 23 años que pondría término a la dinastía de los Somoza que depredaron Nicaragua, siempre contando con la ayuda de Estados Unidos y llegando a amasar una de las mayores fortunas de América latina.
El compromiso de Rigoberto López Pérez por la libertad lo llevó a plantear que la única forma de acabar con la dictadura de Somoza era la eliminación física del dictador, el 17 de septiembre de 1956, llegó a la capital de Managua con el plan del asesinato de Anastasio Somoza García ya preparado.
La tarde del día 21 de septiembre la dedicó a estar con su madre a la que leyó el poema “Confesión de un Soldado”, después se vistió con una camisa blanca y un pantalón azul, su madre diría después que:
“Quería morir con los colores de la bandera nacional en su cuerpo”.
Se despidió y se dirigió a la Casa del Obrero donde se celebraba una fiesta a la que acudía Somoza y en la que se infiltró por mediación del hermano de su novia, el periodista Armando Zelaya. Durante el acto, con un revólver Smith and Wesson calibre .38 oculto entre la camisa y el pantalón, se acercó al dictador simulando bailar y le disparó a quemarropa cinco tiros, de los cuales 4 entraron en el pecho de Somoza. En respuesta, recibió una lluvia de balas que le quitaron la vida de inmediato (54 balas fueron extraídas de su cuerpo). Somoza fue conducido -con ayuda que envió el presidente Eisenhower- a un hospital militar estadounidense en la zona del Canal de Panamá, donde falleció días después.
El 29 de septiembre de 1956. Luis Somoza Debayle ocuparía entonces el puesto que dejara vacante la muerte de su padre y su hermano Anastasio Somoza Debayle el cargo de jefe director de la GN.
El poeta López Pérez, a los 27 años, desafió su destino o la voluntad del mismo, con el propósito de llevar más allá la razón y la justicia que tan necesarias le eran a Nicaragua. Por ello, muchos consideran esta acción un verdadero acto poético y fuera de lugar hablar de una cultura de la violencia, porque no fue producto de conspiración alguna de partidos, ni movimientos políticos, sino un gesto individual, después de un largo proceso de reflexión, donde concluyó que todo se había intentado y todo había fracasado.
A finales de septiembre de 1956, el mundo se enteró con estupor cómo la Guardia Nacional de Nicaragua, una de las más represivas que han existido en América Latina, hacía una cacería de opositores y los enviaba a la cárcel para ser torturados o los hacían desaparecer. La represión por el asesinato de Somoza García se cebó en el círculo familiar cercano de Rigoberto, su madre, su hermana Margarita, su novia Amparo Zelaya y su amiga María Lourdes fueron encarceladas en el complejo carcelario de La Aviación donde fueron torturadas durante varios días. La represión contra los opositores al somocismo también fue inmediata. Los testimonios de las redadas y las escalofriantes torturas y asesinatos dirigidas por el propio Anastasio Somoza Debayle, “Tachito” hijo, fueron descritas en libros como “Estirpe Sangrienta; los Somoza”, del periodista Pedro Joaquín Chamorro del Diario La Prensa, y en “Noches de tortura” del doctor Clemente Guido Chávez. Durante los allanamientos a las casas de familiares y amigos de Rigoberto López Pérez, más de 300 manuscritos fueron destruidos.
Pero, si las obras musicales y literarias de Rigoberto López Pérez pueden ser importantes, no cabe duda que su mayor trascendencia fue la acción del ajusticiamiento del dictador Somoza García, su gran y definitivo poema.
El cuerpo de Rigoberto López Pérez, según la versión recogida por el teniente Agustín Torres Lazo en su libro La saga de los Somoza, fue llevado a Managua y enterrado cerca del actual Recinto Universitario Rubén Darío de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, para que su tumba no se convirtiera en santuario para la oposición.
La acción de López Pérez, fue condenada por la dictadura de Nicaragua y el gobierno de Estados Unidos. Los partidarios de la lucha contra los Somoza vieron en el homicidio una acción heroica de un “patriota ejemplar”. Cuando en 1961, se fundó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), Rigoberto fue un ejemplo a seguir por sus militantes y partidarios, aunque el FSLN no existía en 1956.
Luego de la ejecución, el clan del dictador tomó las riendas una vez más: el puesto vacante fue ocupado por el hijo mayor, Luis Somoza Debayle. Sin embargo, la suerte de los Somoza ya estaba echada y la frase que en su carta le dedicó el poeta Rigoberto López Pérez a su madre afirmando que su acción era “el principio del fin de la tiranía”, se cumpliría 23 años después, cuando el 19 de julio de 1979 la Revolución Sandinista apoyada por el pueblo nicaragüense, declaraban su victoria y entraban triunfante a Managua el día 20, finalizando así con casi medio siglo de dinastía somocista.
Antes de realizar su acción Rigoberto escribió una carta a su madre en donde explicaba y justificaba su acción. Esta carta se convirtió en su testamento político.
La carta, dirigida a su madre expone, desde el primer párrafo, su implicación en la lucha contra la dictadura y su decisión de realizar la acción.
“San Salvador, septiembre 4 de 1956
Señora Soledad López
León, Nicaragua
Mi querida madre:
Aunque usted nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar al régimen funesto de nuestra patria y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para tratar de lograr que Nicaragua vuelva a ser (o sea por primera vez) una patria libre, sin afrenta y sin mancha, he decidido, aunque mis compañeros no querían aceptarlo, el tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía. Si dios quiere que Perezca en mi intento, no quiero que se culpe a nadie absolutamente, pues todo ha sido decisión mía.
El Doctor Gerardo Godoy, que nos conoce muy bien a todos nosotros, ha quedado encargado, lo mismo que los demás paisanos residentes en ese país, de ayudarla en todo lo que usted necesita. Como antes le había contado, hace algún tiempo tome una póliza de vida por 10 mil colones con doble indemnización, o sean C 20 mil.
Gerardo dará todas las vueltas para que ese dinero le sea entregado a usted, ya que está a su nombre. Hay una salvedad en esto: Como usted sabe yo siempre he vivido en casa de la familia y quiero que de dicho dinero le sean entregado C 1,000 a la señorita Dina Andrade para que termine sus estudios, ya que posiblemente los tenga que abandonar por falta de recursos.
Con Miriam Andrade de Rivera, hermana de ella y comadre mía, puede usted entenderse, ya que usted deberá viajar a esta ciudad (San Salvador) en donde terminados los trámites legales, le entregaran el valor de dicha póliza. Como le dije anteriormente Gerardo y demás compañeros darán todas las vueltas para el cobro de la mencionada póliza.
Espero que tomará todas esas cosas con calma y que debe pensar que lo que yo he hecho es un deber que cualquier nicaragüense que de veras quiera a su patria debía haber llevado a cabo hace mucho tiempo. Lo mío no ha sido un sacrificio sino un deber que espero haber cumplido. Si usted toma las cosas como yo las deseo, le digo que me sentiré feliz.
Así que nada de tristeza que el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo. Si toma las cosas con serenidad y con la idea absoluta de que he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense, le estaré muy agradecido.
Su hijo que siempre la quiso mucho,
(firma) Rigoberto