140 días después del inicio de las operaciones militares de Rusia en Ucrania, la reacción occidental, que según Biden habría borrado a Rusia de la escena internacional, resulta ser un fracaso político y económico, el mayor y más profundo de la historia de la arrogancia estadounidense y europea.
El efecto boomerang de las sanciones ha acelerado la crisis que ya afectaba a todo Occidente. Tiene un origen político, resultado de la sobreestimación de la fuerza de EE.UU. y la UE en los mercados internacionales y del grado de influencia política en la comunidad internacional.
El principal error fue conceptual: se pensó que se podían aplicar sanciones al mayor productor de energía y cereales del mundo, ignorando su peso político y militar y creyendo que la comunidad internacional, con una economía ya de rodillas, puesta a prueba por la crisis de producción y distribución provocada por la pandemia, podía y quería profundizar aún más en la crisis de sus suministros energéticos.
Hay que tener un ego desbordante en Washington, una incapacidad de lectura de los procesos internacionales y una dimensión onírica, para pensar que en nombre y por cuenta de los intereses estadounidenses el mundo quiere suicidarse.
La sobrevaloración del propio liderazgo internacional se ha visto en la adhesión internacional a las sanciones: confundir los números con el peso político y económico de los países es un error trivial, de neófitos políticos, de narcisistas frente a un espejo deformante.
Los mayores y más poderosos países asiáticos, africanos y latinoamericanos no se han sumado a las sanciones contra Moscú. Hubiera bastado con tantear el terreno primero en lugar de parecer aficionados después.
El balance fallido de la guerra contra Rusia está aquí: a excepción de Japón, los 740 millones de occidentales no han traído a nadie más a su lado; países que representan 5.000 millones de personas, y que no forman parte de Occidente, han aumentado sus relaciones con Moscú, que posee la energía y el peso político necesarios para el desarrollo de los países del Brics y de gran parte de África. El cierre de los mercados occidentales se ha visto compensado en gran medida por el aumento de los productos rusos en los mercados del Este y del Sur. Esto ha hecho que las sanciones financieras sean insignificantes, e incluso el robo de los depósitos del Banco Central ruso y la prohibición de dólares y euros sólo han perjudicado a los acreedores.
Aficionados peligrosos
En respuesta a las sanciones, Rusia ha subido el precio de los combustibles que Europa necesita desesperadamente. Y aunque Bruselas fija como objetivo el fin de los suministros rusos para finales de año, el aumento del coste de los mismos está afectando directamente a Europa. ¿Por qué? Porque la UE compra gas a Mozambique, Angola, Argelia e India, todos ellos compradores del petróleo y el gas de Moscú y que inevitablemente sufren las subidas tanto al comprar a los rusos como al revender a los europeos.
Hay una idiotez de cálculo en la UE que se suma a la dependencia estructural y que está llevando a Europa a un colapso de la oferta que conducirá a una crisis económica muy grave, como ha advertido Purnima Anand, Presidenta del Foro Económico de los BRICS. Para el economista indio, “las sanciones contra Rusia afectan a todas las reglas del comercio mundial, porque Moscú es socio de muchos países de África, América Latina, Asia y Oriente Medio.
Por otro lado, las sanciones a los productos generan un aumento de su coste; y esto afecta a casi todos los países que las emiten, porque esos mismos productos se ven obligados a importarlos. La pandemia ya había afectado a los bajos fondos de una economía que, en cualquier caso, estaba asfixiada: ya había un preocupante aumento de los costes de distribución provocado por la reducción de las reservas y el aumento de los costes de transporte, debido también a la especulación de las compañías petroleras. A este panorama se sumó el deseo de golpear a Moscú, generando más daños para los sancionadores que para los sancionados.
¿Quién gana y quién pierde?
La presión de las sanciones recae sobre Europa, que junto con China es el verdadero competidor de EE.UU. en los mercados y que desde el inicio de las sanciones y para el suministro de gas ha tenido que recurrir (como por casualidad) a EE.UU. de donde en los últimos meses ha importado cantidades récord de GNL, aunque los posibles volúmenes nunca podrán sustituir al gas ruso en términos de cantidad, velocidad de transporte, coste y calidad del producto. Mientras tanto, el dólar ha ganado un 13% frente al euro.
De este modo, Estados Unidos ganó a sus aliados y no a Rusia, que, por el contrario, obtuvo una ventaja de 0,99 por la apreciación de su moneda (el 24 de febrero un dólar costaba 1,13 rublos, el 8 de julio el cambio era de 1,01). Por lo tanto, Rusia no se vio afectada por esta situación. Además de haber ganado un 15% en el cambio de divisas, al aumentar sus costes de suministro de energía, obtiene cifras récord en sus activos del sector estratégico.
El balance hasta la fecha dice que si la expulsión de Rusia del sistema Swift era necesaria para doblegar la importación/exportación rusa, la misión ha sido un desastre. Si la idea era aislar a Rusia, ha fracasado: Putin es un interlocutor para el mundo, Zelensky no. Si el suministro de armas al ejército ucraniano pretendía derrotar a Rusia sobre el terreno, el objetivo ha fracasado estrepitosamente. A día de hoy, los rusos controlan el 26% del territorio ucraniano y Zelensky, a estas alturas, en términos de influencia e interlocución estratégica, se parece más a Guaidò que a Churchill.
La UE corre el riesgo de implosión
La transformación de la UE en un protectorado estadounidense está produciendo resultados ominosos. El eje entre Berlín y París, que ha sido el puente de mando de la UE durante los últimos 22 años, se está derrumbando ante la desaparición de la locomotora alemana y la falta de liderazgo con autoridad internacional. Hay un problema general de estrechez en el marco sistémico, consecuencia de una fragilidad política general en la que crece una crisis económica y social sin precedentes y sin salida.
Las crisis políticas golpean el Viejo Continente y algunas de ellas están marcadas por la dimisión de los jefes de gobierno. El caso más llamativo es el de Gran Bretaña, con Boris Johnson liderando la carga anglosajona contra Rusia con Biden.
La crisis económica interna no ha fomentado la solidaridad de los súbditos de Su Majestad con el festivo primer ministro: según The Guardian, una de cada diez familias británicas no tiene suficiente para comer y no porque falten alimentos, sino porque cuestan demasiado. Al otro lado del Canal de la Mancha, la inflación ya ha superado el techo del 9%, lo que ha provocado una primera huelga contra la subida de los precios de la gasolina el lunes. El sindicato de conductores ha convocado un referéndum entre sus afiliados para aprobar una serie de huelgas nacionales (que serían las primeras desde 1995, en un país donde los salarios llevan tres años estancados).
En Estonia, la misma suerte corrió el Primer Ministro Kaja Kallas, un halcón rusófobo que dimitió en un país con una minoría rusa muy fuerte y que corre el riesgo de quedar aislado de las rutas comerciales como consecuencia del sectarismo lituano contra Moscú.
En Bulgaria, el gobierno cayó. Los liberales no tienen mayoría en el Parlamento para formar gobierno y su líder ha cedido el mandato al Presidente Radev, lo que acerca al país a unas nuevas elecciones, las cuartas en poco más de un año.
Y en el resto del continente, las cosas tampoco van bien.
Alemania ha declarado la emergencia energética y el racionamiento de electricidad y gas, y Berlín ya está pensando en cómo salir de las sanciones que amenazan con hundirla económicamente. Olaf Sholz no tiene ni la experiencia, ni el carisma, ni la autoridad de Angela Merkel, que serían necesarios en un momento tan delicado, en el que las decisiones tomadas a instancias de Estados Unidos corren el riesgo de conducir a Alemania hacia el final de la Edad Dorada.
Francia, a pesar de su poder nuclear, se dice que está en una “economía de guerra” y el fantasma de las revueltas de los chalecos amarillos vuelve a agitar a Macron, ahora política y numéricamente más débil en la Asamblea Nacional. La protesta social que bloqueó el transporte aéreo y ferroviario la semana pasada se ha reanudado con fuerza. Inflación del 6,5%.
España atraviesa una crisis política marcada por la cesión de Podemos a las sirenas atlánticas con la consiguiente desafección de su electorado y el PSOE ve cómo Sánchez es superado en las encuestas por los populares (que, sin embargo, aún con el apoyo de VOX, no alcanzarían la mayoría absoluta). El estancamiento que ha caracterizado los últimos años de las vicisitudes políticas españolas indica bien el limbo entre los sueños coloniales y la realidad de ser colonizado donde sobrevive la península ibérica.
Los Países Bajos, teóricos de la austeridad, observan con preocupación cómo las oleadas de huelgas de agricultores, ganaderos y pescadores en Holanda han paralizado el país.
En Italia la pseudo-monarquía de Draghi parece tener los meses contados. De hecho, la cuestión es cuándo, y ya no si, el M5S sacará a su gobierno del furor atlantista que ha empeorado infinitamente las condiciones socioeconómicas de los italianos.
A la espera de que la prensa proclive se dé por enterada, el informe anual del ISTAT (Instituto Nacional de Estadística), brinda cifras aterradoras sobre la pobreza de los italianos. El número de personas en situación de pobreza absoluta de 2005 a 2021 casi se ha triplicado, pasando de 1,9 a 5,6 millones (9,4% del total) y las familias en situación de pobreza absoluta se han duplicado, pasando de 800 mil a 1,96 millones (7,5%). En cuanto a los salarios, los sueldos están por debajo de los 8,41 euros por hora, pero los directivos ganan 65 veces más que los trabajadores. La inflación es del 6,4%.
Y esto aún sin haber calculado los efectos de la guerra y las sanciones a Rusia, que a partir del próximo otoño golpearán aún más a las economías europeas en general y a la alemana e italiana en particular, precisamente por la mayor dependencia del gas ruso.
Esto no es alarmismo y lo confirma Fatih Birol, director ejecutivo de International Energy: “Europa se enfrentará a una alerta roja el próximo invierno. Se prevé que las recientes interrupciones en el suministro de gas natural, en particular la reducción drástica de los flujos hacia los países de la UE, eliminen unos 35.000 millones de metros cúbicos de gas del mercado este año, lo que supondrá un gran reto para los esfuerzos por reponer el almacenamiento”.
Así, la pérdida del papel de Europa parece proceder por etapas forzadas. Europa ya no tiene una función que desempeñar, al haber renunciado a perseguir sus propios intereses para adherirse a una obediencia atlantista ciega que la castiga en nombre y por cuenta de los intereses estadounidenses. Un síndrome de Estocolmo que en cuatro meses se ha convertido en un suicidio asistido.